lunes, 13 de octubre de 2014

Historia de América Latina (11)

Peculiaridades de la colonización portuguesa en Brasil


Brasil es hoy el país de América Latina más extenso, más poblado y con la economía más poderosa. Es la única nación de habla portuguesa y la única en el siglo XIX que logró su independencia sin una cruel guerra. De la América continental es la única que tiene mayoría de población negra y mulata. 




El modelo de colonización

El modelo de colonización estuvo determinado por el tipo de tierras, población y cultura que se encontraron los conquistadores. provenían de un reino relativamente pequeño y no tan poderoso como el hispano.

Las tierras brasileñas no se encontraban ocupadas por pueblos agrícolas sedentarios y con organización estatal. Los naturales generalmente eran pacíficos, nómadas o seminómadas y había grandes extensiones de terreno prácticamente deshabitadas tierra adentro. Al principio, se fundaron factorías en los litorales para comerciar con los aborígenes, sobre todo el tintóreo pau-brasil –de donde le viene el nombre al país-, almacenar lo conseguido y venderlo a barcos portugueses que periódicamente los visitaban.

Posteriormente, se entregaron grandes territorios a importantes señores portugueses, se crearon capitanías semifeudales para que promovieran la inmigración, las gobernaran e hicieran producir mediante inversión privada en grandes plantaciones, engenhos, exportadoras contando con el apoyo de la corona para una acumulación originaria expoliadora y esclavista. Pocas tuvieron éxito perdurable, a lo largo de dos siglos pasaron todas a poder de la Corona. Muchos senhores do engenho a título individual dejaron de serlo, pero la institución engenho subsistió y trasciende hasta nuestros días -en Brasil no hubo una reforma agraria como la de principios del siglo XX en México- , y se refleja en la gran propiedad agrícola brasileña y explica el Movimiento de los Sin Tierra de nuestros días.


Nueva España y el Perú, se constituyeron sobre sociedades agrícolas desarrolladas y con fuerte componente urbano. Su centro político y económico estaba a muchos kilómetros de la costa. La catástrofe demográfica que significó la colonización para los indios, que difícilmente podían ser sometidos a un régimen señorial como el establecido en las colonias hispanas o a la esclavitud, suscitó el temprano inicio de la importación de esclavos de África. Las colonias portuguesas en ese continente, primero de la costa de Mina, Guinea y el Golfo de Benin, y después de Angola y el Congo, de las que carecía España, fueron las proveedoras. El mestizaje de portugueses, indios y negros, con sus variantes sudanesas y bantúes yorubas, fue mucho mayor que en las colonias españolas; a estas acudieron más mujeres y familias ibéricas que al Brasil.

El sincretismo religioso y cultural fecundó la mezcla de costumbres africanas, lenguas, ritos, religiones, música, baile y otras costumbres, con las portuguesas, modificadas por el entorno americano e indígena –así se volviera decadente y disminuido- y enriquecidas por algunas costumbres, como la hamaca, y productos importados de las colonias asiáticas. De ahí deriva la familiaridad, mezcla e identificación del trato de los brasileños con sus santos y dioses.

Los conquistadores portugueses y españoles estaban ilusionados por los mitos de El Dorado y buscaban oro, plata y piedras preciosas. Nueva España y Perú resultaron ricos en metales durante toda la colonia. En Brasil no fueron descubiertos sino hasta finales del siglo XVII y su extracción voluminosa sólo duró alrededor de sesenta años. Esto ocasionó que en las colonias hispanas se formara con relativa prontitud un mercado interno a partir de la explotación minera y la ciudad de México. El mercado interno brasileño se empezó a fortalecer tardíamente hasta el siglo XVIII. La dominante económica en el gigante suramericano fue la plantación azucarera de exportación para insertarse en el sistema mercantil europeo. La actividad económica fundamental para los españoles en sus colonias americanas fue la minería y el traslado de metales preciosos a la metrópoli durante trescientos años.

De hecho, la paulatina expansión brasileña hacia el sur, que según el tratado de Tordecillas pertenecían a la corona española, y la azarosa vida de la Colonia do Sacramento –establecida en 1678 y entregada finalmente a los españoles en 1763- y Laguna en la Isla Santa Catarina –fundada en 1684-, en la desembocadura del río de la Plata (que, como Argentina, a la plata debe su nombre), estuvo motivada principalmente por la participación en el comercio argentífero y el flujo mercantil que generaba entre América del Sur y Europa. La expansión hacia el sur se sostuvo con recurrentes conflictos, guerras y tratados internacionales incumplidos; de hecho, los conflictos fronterizos por el sur sólo fueron concluyendo con la creación de Uruguay en 1828 y la guerra con el Paraguay (1864-1870) y su posterior ocupación por los brasileños durante seis años que culminó con un tratado de límites que fijo la faja fronteriza vigente hasta hoy entre esos países y Argentina.

Fortaleza o Ciudadela de la Colonia del Sacramento (1731)

Las diferencias entre las colonias portuguesas y las colonias españolas 

La expansión hacia el oriente amazónico fue profunda aunque mucho más lenta. Los bandeirantes llegaron a alcanzar las minas del Perú y las cercanías de Bogotá. Hacia el norte no se dio, salvo en la medida que se aseguraron los márgenes del río Amazonas y la posesión de su único brazo navegable, el estuario del Pará, que garantizaba la posesión de toda la cuenca amazónica.

Por el contrario, la colonización española, después de su asentamiento en el Caribe, se extendió a la conquista de dominios indígenas hegemónicos, el azteca y el inca, y a partir de ellos expandieron su dominio. Los bandeirantes portugueses, aventureros que buscaban oro, esclavos y extender su presencia hacia zonas no pobladas por colonos no se pueden comparar con los pobladores-conquistadores españoles, como afirma Hernández Sánchez Barba, pero sí, quizá, con los primeros aventureros hispanos que exploraron y se desparramaron por el norte chichimeca de la Nueva España y la Florida.

Monumento a las Banderas, de Victor Brecheret, Parque Ibirapuera, en São Paulo

Esta situación, la configuración política de Capitanías independientes entre sí y que sostuvo una relación privilegiada de estas con la metrópoli – "era más fácil mandar recados a Lisboa que entre las capitanías"-, junto con las cambiantes formas de gobierno impulsadas desde Lisboa, dificultaron un gobierno colonial unitario. Los gobernadores generales y los virreyes que intermitentemente fueron nombrados por Lisboa nunca tuvieron ni la representatividad ni el poder que tuvieron los virreyes españoles. Ni siquiera el virrey brasileño más poderoso, el marques de Lavradio. En el siglo XVIII perdió el virrey su limitado poder sobre la administración interna de las capitanías generales, sus titulares trataban directamente con la Corona.

España desde el principio de la colonización estableció dos Consejos separados, el de Castilla y el de Indias; Portugal sólo tuvo uno para el gobierno de la metrópoli y sus colonias. El esquema era muy distante del español ejercido a través del virreinato y la Real Audiencia y correspondía a una concepción de las colonias como prolongación de la metrópoli entre los portugueses y las colonias hispanas como reinos distintos del español.

El estado portugués no se ajustaba tampoco a una idea de maquinaria burocrática transpuesta a la Colonia, idea más propia del concepto español del poder. En las regiones que eran el núcleo fundamental de la economía de exportación estaba más presente., en las otras no. Hasta mediados del siglo XVIII la acción de las autoridades sólo era eficaz en la sede del gobierno general y de las 
capitanías. En otras regiones predominaba la influencia de las ordenes religiosas. Fue sólo hasta el siglo XVIII, con la descubrimiento del oro que el estado intentó mayores controles. Pero, hay que decirlo, como reporta Alden, en las poco y mal definidas funciones de los diferentes gobernantes no había lugar para la fórmula novo hispana de "acátese pero no se cumpla"; cualquier duda sobre las ordenes recibidas de la corona era consultada a Lisboa.

Quizá sea lo asentado en los tres párrafos anteriores sobre las diferencias de los estados español y portugués, y no el papel principal que desempeñaba el rey en la economía y la carencia de una "burguesía nacional", lo que debería haber llevado a Mauro, respaldando a Albert Silbert, a declarar que Portugal no había experimentado el sistema feudal. En todo caso, Mauro no define lo que entiende por sistema feudal y olvida que el mayor propietario y financiador de expediciones tanto en Inglaterra y España como en Francia y Portugal era la corona, y que la burguesía nacional, si bien generada en el seno del feudalismo, es signo de capitalismo. Para su interpretación, prescinde del desarrollo mercantil portugués, al que por cierto contribuyeron mucho los "cristianos nuevos", junto con los genoveses e ingleses instalados en Lisboa.

Durante la unión de los reinos de Portugal y España (1580-1640) la legislación se hizo más homogénea y se trasplantaron formas propias de gobierno español, pero fue en este período cuando el Brasil estuvo más en peligro de ser dominado por los holandeses a través de su Compañía de las Indias Occidentales que capturó durante algunos años de la primera mitad del XVII Salvador do Sa, Piet Heyn, Recife y prácticamente todo el nordeste brasileño hasta Maranhao, incluyendo Pernambuco. La lucha contra ellos fue propia de los brasileños, no de portugueses ni de españoles; quizá sea este el antecedente más importante de la creación de la conciencia nacional brasileña. A él se le pueden adicionar la lucha contra el ataque francés a Rio de Janeiro en 1710, las rebeliones das Emboadas en Rios dos Mortes (1708-1709), la Guerra dos Mascates en Recife (1710-1711), las de Minas Gerais (1720 y 1789), y otras conspiraciones y rebeliones que se dieron en el cambio entre el siglo XVIII y el XIX, como la pernambucana que se extendió por todo el nordeste en 1817.

Brasil Neerlandés

A pesar de las revueltas, marcadas por su localismo contra ciertas medidas centralistas del gobierno, los colonos portugueses siempre se sintieron más portugueses, que los criollos en América hispana. Ni siquiera en los momentos de mayor centralización del gobierno metropolitano los brasileños fueron tan menospreciados como lo fueron los criollos americanos en Nueva España y los virreinatos suramericanos. La conciencia nacional de los criollos en las colonias españolas se desarrolló paulatinamente y se aceleró con las reformas borbónicas y la ruptura del "pacto colonial" hasta que produjo la ruptura bélica y la independencia; la brasileña se vio dificultada por la existencia de las capitanías, la paulatina expansión del dominio colonial y la estrecha relación de sus elites con Portugal, su cultura y su educación.

Boris Fausto, sin comprometerse explícitamente, dedica un capítulo a este tema llegando a proponer que no se puede dar un respuesta rígida a la pregunta sobre el surgimiento de la conciencia nacional. Ciertamente, ella tiene que ver con la diferenciación de intereses entre la metrópoli y la colonia y la identificación en Portugal de la fuente de los problemas de Brasil, lo que claramente se sentiría por los exportadores brasileños constreñidos por los comerciantes portugueses y cuando la corona, de vuelta en Portugal en 1821-1822, pretendió reasumir un control desde la lejanía y restringir la libertad comercial entre Inglaterra y Brasil. Pero habría que considerar también dos factores: por un lado, los sectores brasileños que pasaron a tener intereses distintos a los de la metrópoli eran muy diversos, grandes propietarios rurales, artesanos y soldados mal pagados, bachilleres y letrados, con ideologías muy diferentes, pues aunque algunos se inspiraban en "ideas francesas" repudiaban el fin de la esclavitud que otros pretendían desde Brasil o desde Lisboa; por otro, las diferencias regionales en Brasil aún eran enormes y la conciencia nacional pasaba primero por la regional; los rebeldes del período se afirmaban como mineros, bahianos, pernambucanos e, incluso en algunos casos, como pobres tanto o más que como brasileños.

Los principales misioneros en Brasil fueron los jesuitas, que llegaron en 1549 con el primer gobernador general, Tomé de Souza con el objetivo de catequizar indios y disciplinar el escaso y de mala fama clero que había en la colonia; ésto les dio cierta hegemonía sobre los demás religiosos que llegaron, franciscanos, dominicos, capuchinos y mercedarios. Fundaron en 1554 el Colegio de Sao Paulo, origen de la enorme ciudad actual que le debe su nombre; adquirieron un poder gigantesco al grado de que fueron acusados de formar un estado dentro del estado; se opusieron al Tratado de Madrid (1750) y a entregar sus aldeas-reducciones indígenas paraguayas –entre pueblos utópicos y productivas entidades económicas-; sus haciendas ganaderas poseían más de cien mil cabezas vacunas y sus plantaciones los convirtieron en el mayor propietario institucional de esclavos negros; su influencia ideológica y moral era muy trascendente pues también dominaban en la educación y guía espiritual, popular y elitista; su poderío económico, político e ideológico duró hasta que los expulsó Dom José I el imperio portugués en 1759, ocho años antes que lo hiciera el rey español Carlos III.

En Nueva España los primeros misioneros fueron también franciscanos y después adquirieron un gran presencia otras ordenes religiosas, entre las que destacaron mas los agustinos y los dominicos; los jesuitas destacarían hasta el siglo XVIII. El patronato real portugués siempre fue ejercido, sobre todo en lo que toca al nombramiento de obispos y parece que fue más firme que el español.

El mercantilismo portugués fue menos estricto y consistente que el de la corona española y más bien tardío. Portugal comerciaba con América desde varios puertos y en diferentes momentos estableció acuerdos comerciales con Hamburgo, Holanda e Inglaterra. De hecho el intento más fuerte de ejercerlo fue durante el primer período de las reformas pombalinas, cuando ya se iniciaba en el mundo el liberalismo mercantil.

La población colonial brasileña vivía en su gran mayoría en el campo, en torno a la gran familia patriarcal importada de la metrópoli, en los alrededores de "la casa grande" de los senhores do engenho. Ciudades muy pobladas, como México y Lima, no fueron conocidas en Brasil sino hasta las postrimerías coloniales, sobretodo en el caso de Minas Gerais por el auge del oro y Rio (capital desde 1763) con la llegada de la familia real. Si bien en las dos américas ibéricas hubo latifundios, en la española nunca fueron tan grandes como en Brasil. El tamaño de las plantaciones era impresionante; en 1772 había una que era dos veces mayor que la superficie del Líbano.


Las reformas pombalinas

Sebastião José de Carvalho e Melo, más conocido como marqués de Pombal o conde de Oeiras (1699 - 1782).

En 1750 Portugal estaba en crisis. Asediado por su vecina España, dependía comercialmente de Inglaterra y se veía obligado a una alianza política y militar ella dominaba. Requería incrementar los ingresos de la corona e insertarse en un mundo que se modernizaba rápidamente; se mantenía la metrópoli como un país agrícola y pescador con muy escasa industria. No sacaba todo el provecho posible de sus colonias. Brasil, por su parte, se revelaba cada vez más como un mundo de riquezas inmensas. Las reformas que habrían de implementarse serían, nos dice Fausto Boris, "una peculiar mixtura de lo viejo y lo nuevo, explicable por las características de Portugal. Ella combinaba el absolutismo ilustrado con la tentativa de una aplicación consecuente de las doctrinas mercantilistas".

En estas circunstancias Dom Sabastiao José Carvalho e Melo, mejor conocido como Pombal, "un déspota ilustrado, propio de un siglo en que el absolutismo es adornado por el siglo de las luces", es nombrado ministro de asuntos exteriores y más tarde ministro del interior y presidente del Erario Regio y, de hecho, primer ministro del reino de Portugal, por el rey Dom José I. Gobierna (1750-1977), junto con otros personajes notables, con un autoritarismo exacerbado, pero procura racionalizar y a veces – lo que es más contradictorio- humanizar la administración, define la Historia geral da civilizacao brasileira de 1977 -pareciera que habla de los militares gobernantes que en esos años ejercieron una tímida liberalización política, en tanto se pretendían autoritarios pero humanos-.

En la historiografía brasileña se discute frecuentemente sobre la calidad de este ministro, sobre su perfil dictatorial y contradictorio que aprovechó el carácter del rey, abúlico y desinteresado en el gobierno, según unos, mientras que, para otros, fue el realista artífice de la modernidad portuguesa y brasileña que en un mundo adverso defendió el reino y sentó las bases de la unidad brasileña; para otros más, fue el opresor del Brasil, en tanto para algunos, identificados con la aristocracia de la tierra y la nobleza que se quedó en el Brasil independiente, era su antecesor más distinguido.
Al mismo tiempo que declaraba que "las colonias fueron establecidas con el preciso objeto de ser útiles para la metrópoli a la que pertenecían quería instaurar una especie de nacionalismo liberal, incentivar el progreso y también la felicidad de los pueblos subyugados". Llegó al grado de abolir no sólo cualquier diferencia jurídica entre portugueses, colonos e indios sino también de estimular los matrimonios mixtos cuyos hijos fueron reputados como naturales del reino.

A la unidad sobre las diferencias étnicas, Pombal añade también cierta coherencia en el gobierno portugués sobre Brasil. Acelera el retorno de las capitanías pendientes a control de la corona, y aunque no le da todo el poder, envía al virrey Lavrodio con el que se coordina en la modernización del gobierno y la búsqueda del progreso y cierta unidad colonial más allá de las facultades expresas en leyes y ordenanzas.

El objetivo general era regenerar a Portugal y redefinir su relación con Inglaterra que dominaba su comercio, pero cuya alianza le había permitido sobrevivir a los intentos españoles por apoderarse del propio reino metropolitano, y de los franceses y holandeses que asediaban sus litorales.

Las medidas estuvieron inspiradas en las técnicas comerciales, fiscales y, cuando fue posible, industriales que Inglaterra había desarrollado. Pombal las había aprendido cuando fue embajador de Portugal en su corte, pero las aplicó con una fuerte dosis de mercantilismo en un período en que se desarrollaba la primera revolución industrial en la isla británica y los ingleses iban imponiendo al mundo el libre comercio. Sin embargo, su mercantilismo fue un tanto flexible; presionado Portugal por la alianza con Inglaterra, se vio en la necesidad de abolir el sistema de flotas entre 1765 y 1766 y permitir el comercio directo de la colonia con los mercaderes británicos.

Las medidas reformistas se ajustaban bastante a la tendencia general del regalismo y el despotismo ilustrado vigentes en la mayoría de las cortes europeas. El ministro portugués destaca en este marco por la energía con que las realizó.

Se sometió a la Iglesia mermando el poder de la Inquisición. A los mercedarios se les quitaron sus aldeias indígenas en el norte, pero los jesuitas fueron despojados de aldeias, haciendas, propiedades, colegios y todo tipo de bienes y expulsados de todo el reino. Se aprovechó la medida para desarrollar una profunda reforma educativa que abarcó desde la escuela elemental hasta la Universidad de Coimbra; esta reforma estuvo muy influenciada por los padres oratorianos de San Felipe Neri.

Además el marques y ministro impuso varias reformas que alteraron las relaciones y peso de los diferentes grupos y estamentos sociales. Disminuyó los derechos y prerrogativas de la nobleza y persiguió a todos los inconformes; fundó en 1766 el Real Colegio de Nobles de Lisboa para infundir en los aristócratas los principios del regalismo. Combatió la discriminación contra los cristianos nuevos, abolió el esclavismo indígena y fomentó el trabajo libre y artesano en la metrópoli, cuando en Inglaterra y Francia ya habían cambiado su política esclavista y tendían a limitarla o extinguirla .

"Toda la política de Pombal, nos dice Mansuy-Diniz Silva, se basaba en dos preocupaciones principales: aumentar los ingresos de la corona fomentando el comercio, especialmente con Brasil y, a toda costa, reducir el déficit de la balanza global de comercio, y, a partir de aquí reducir la dependencia económica de Portugal respecto a Inglaterra".

Para fomentar el comercio recurrió a la creación de compañías comerciales con protección de la corona y realizó reformas fiscales para aligerar las tasas de exportación y reducir las cargas de los fletes. Se controlaron los embarques, se revivió durante unos años el sistema de flotas, se concentró el capital y se reforzaron los monopolios. Se creó la Junta do Comercio en 1755, que fue reorganizada en 1788 elevándose a la categoría de tribunal real y ampliando sus facultades a la agricultura, la industria y la navegación manejando una política proteccionista de sustitución de importaciones para fomento de la industria portuguesa.

Abolió las capitanías privadas que quedaban en Brasil y aunque el rango mayor de la colonia pasó de gobernador general a virrey, poco hizo para centralizar totalmente el ejercicio de gobierno. Los poderes del Consejo Ultramarino se vieron reducidos y el gobierno se apoyó en enérgicos ministros; casi todos los gobernadores nombrados en su período fueron nobles y militares de alta graduación acostumbrados a la obediencia y mando.

Sin embargo, las reformas, en su conjunto no representaron un ataque a la elite colonial pues involucró en ellas a los propios brasileños. No se les despojó de su principal fuente de riqueza, el trabajo esclavo. Al contrario, al cancelarse en la metrópoli los mercaderes de esclavos concentraron su labor en la colonia.

Ciertamente, por un lado, se temió la formación de una elite colonial letrada, no se permitió la introducción de la imprenta ni la creación de ninguna universidad, aunque se promovió, ya sin los jesuitas, una educación pública. Y, por otro, se limitó el desarrollo textil brasileño a paños para esclavos y telas para el encostalamiento de los productos agrícolas, pero se desarrollaron amplios programas de desarrollo en el nordeste brasileño y, con resultados ambivalentes, se introdujo el cultivo de algodón y arroz en la región de Maranhao; los cultivos tradicionales de azúcar y tabaco se extendieron a las capitanías del centro y del sur. La introducción de cultivos como el de seda, cáñamo, y cochinilla no fue exitosa. Otros cultivos de menor cuantía como el iñigo y el arroz produjeron un relativo excedente .

En materia fiscal se desarrollaron numerosas iniciativas, como la reorganización de del Conseho do Fazenda y la creación del Erario Regio, pero no resultaron muy eficaces, a pesar de la introducción de la contabilidad por partida doble para poner. La recaudación fiscal no creció mucho en las colonias pues el contrabando y la evasión no disminuyeron, incluso fueron el motivo de varias de las rebeliones regionales.

En cuanto a la estructura de gobierno de la colonia, Pombal trasladó la capital de Bahía a Rio de Janeiro en 1763, reorganizó las capitanías, suprimiendo unas y creando otras y paulatinamente integrándolas al Estado do Brasil; disminuyó las prerrogativas de las Camaras (cabildos) municipales.

Perfeccionó la administración de la justicia, creó un nuevo Alto Tribunal en Rio de Janeiro, análogo al existente en Bahía, en 1751; se instituyeron juntas de justicia en varias capitanías; se codificaron las leyes en 39 volúmenes y se abandonó el derecho romano a favor del derecho natural e internacional; a los magistrados seculares ya no se les permitió basar sus decisiones en la legislación canónica; extendió el sistema de milicias y disminuyó el numero de exenciones y privilegios a las que se podía recurrir para evitar el servicio militar; creó regimientos coloniales y se llevaron más tropas regulares desde Portugal; aunque frágiles, hizo arreglos de límites con los españoles para asegurar su frontera sur y el reconocimiento de su expansión amazónica y oriental. Todo ello tendió a unificar a la colonia, aunque manteniendo relaciones directas de la corona con las capitanías. Sus arreglos redundaron en que la extensión de Brasil llegara a ser un poco mayor (8.7 millones de kilómetros cuadrados) que el conjunto de todas las colonias españolas en América del Sur (8.5 millones de kilómetros cuadrados).

Quizá la más relevante peculiaridad portuguesa de las reformas y modernización económica, administrativa y política de fines del siglo XVIII sea que se hicieron en un marco de una depresión económica a causa del declive de la producción de oro y de los bajos precios de sus productos agrícolas, principalmente el del azúcar en un contexto de grandes gastos de la Corona para reconstruir Lisboa destruida por el terremoto de 1755, sostener las guerras contra España y mantener el control sobre la gran extensión que iba del sur de Sao Paulo al Río de la Plata.

La muerte de Dom José I y el ascenso al trono de Donha Maria I hizo que Pombal renunciara. El nuevo gobierno, sin embargo, heredó la mayoría de los altos funcionarios del gobierno anterior y no hizo cambios demasiado radicales, continuó en sentido general con la promoción del progreso y las políticas modernas pero liberalizó un tanto la política concediendo amnistías a perseguidos y exiliados políticos y se deshicieron las grandes compañías monopolistas.







© carlitosber.blogspot.com.ar, Octubre 13 MMXIV
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FUENTE:
http://www.monografias.com/trabajos11/brasilxv/brasilxv.shtml#ixzz3GdojHz24

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