domingo, 19 de octubre de 2014

Crisis de entre Guerras (20° Parte)

(Última Entrega)

EL AUGE DE LOS FASCISMOS
Sexta Parte: La senda a la Segunda Guerra Mundial



La política de apaciguamiento

Arthur Neville Chamberlain (1869-1940)


Para Adolf Hitler, la intervención en la guerra civil española no significaba más que una maniobra de distracción. Su objetivo era otro: entre 1933 y 1937 se había preparado para sentar las bases de sus futuras conquistas y, llevar a cabo, sobre todas las cosas, el rearme alemán (eje de la "recuperación" económica alemana, que algunos ilustraban como un "milagro"). A la vez que la debilidad de las democracias occidentales era evidente; sus líderes creían que haciendo concesiones al Führer éste se mostraría razonable. En Reino Unido, el principal defensor de esta fatal política de "apaciguamiento" era, nada más ni nada menos, que el primer ministro Neville Chamberlain, quien temía, sobre todas las cosas, a la Unión Soviética y al comunismo internacional.

El Führer explotaba este estado de ánimo y proclamaba que sólo se proponía corregir injusticias, como el Tratado de Versalles. Y aplicar el derecho de los pueblos a su libre determinación, y se deshacía en discursos pacifistas. 

El programa nazi proponía, pensando en Austria, incorporar al "Gran Reich" a todos los "hermanos de sangre aria" (Austria podía proporcionar soldados y mineral de hierro para los cañones). En julio de 1936, Hitler firmó con Austria un pacto encaminado a establecer relaciones más amistosas entre ambos países, reconociéndose la independencia de los austriacos y pero proclamándola "estado germánico". Los nazis austriacos atacaron a los comunistas, judíos, socialistas y católicos. La policía descubrió el 25 de enero de 1938 los planes de un golpe de Estado pro nazi. Pero ya ea tarde. El canciller austriaco Schuschnigg tuvo una entrevista con Hitler, y éste lo abrumó con injurias y sarcasmos, asegurándole que estaría en Viena, exigiendo la participación de los nazis austriacos en el gobierno, amnistía para los nazis detenidos por crímenes y ampliación del intercambio económico con Alemania.

Austria, impotente, aceptó, pero Schuschnigg preparó el 13 de marzo un plebiscito en el que se preguntaba: "¿Vota a favor de una Austria federal, libre, independiente, alemana y cristiana?". Hitler montó en cólera, pues era de esperar que del 70 al 80 por ciento de los austriacos respondería con un "sí" rotundo. Dos días antes, la frontera austro-alemana había sido cerrada. Alemania concentró entonces sus fuerzas para invadir Austria y Hitler ordenó a los nazis austriacos que presentaran un ultimátum a Schuschnigg para que suspendiera el plebiscito, y éste cedió, como volvió a hacer después, ante otro ultimátum: que le entregara el poder al nazi Arthur Seyss-Inquart. Pero el presidente Miklas se negó. desde Berlín se le expresó que las tropas alemanas atravesarían la frontera el día 13 a las 7 y media de la mañana y que sus objetivos eran: establecer el orden y la paz en Austria y solicitar ayuda a Alemania para impedir el "derramamiento de sangre".


Hitler invade Austria
Adolf Hitler pronuncia un discurso el 15 de marzo de 1938
en la Heldenplatz de Viena desde el balcón del palacio imperial.

Las fuerzas alemanas entraron en Austria el 12 de marzo de 1938 sin hallar la menor resistencia. Con las fuerzas entró Heinrich Himmler, jefe de la Gestapo y las SS. Poco después, en Viena eran asesinados, torturados y detenidos 67.000 individuos; las cárceles austriacas se llenaron y se convirtieron en campos de concentración, a la vez que se producía una ola de terror.

El 13 de marzo proclamaba Seyss-Inquart la tristemente famosa "Anschluss" o unión con Alemania. Austria se integraba al Reich germano con una medieval denominación de Otsmark (Marca del Este) con Seyss-Inquart como gobernador. Poco después se llevaba a cabo una parodia de referéndum, al estilo nazi, sin voto secreto: el 99,79% aprobó el "retorno al Reich" y Hitler entró triunfalmente en Viena. El mismo espectáculo se repetiría pronto en Checoslovaquia.

El diputado inglés Winston Churchill dijo en la Cámara de los Comunes que toda Europa se hallaba frente a un programa de agresión, agregando: "Sólo nos queda una posible elección con respecto a nosotros y a las demás naciones: o nos sometemos como lo ha hecho Austria o adoptamos, mientras haya tiempo, las medidas eficaces para alejar el peligro y, si es posible alejarlo, acabar con él".


La cuestión de los "Sudetes"

Pese a las promesas de respeto de la soberanía nacional hechas por Hitler, ya en 1937 había decidido borra a Checoslovaquia del mapa, con el pretexto de garantizar el principio de autodeterminación nacional de las minorías germanas oprimidas por los grupos mayoritarios. En 1918-1919, Austria había propuesto inútilmente quedarse con las regiones cuyos ciudadanos de lengua alemana fueran mayoría. El Tratado de Versalles había adjudicado la región de los Sudetes a Checoslovaquia, porque las zonas sudetes de Bohemia y Moravia quedaban muy separadas de Austria. La minoría alemana en la década de 1930-1940 era de unos 3 millones y medio: el 22% de la población checoslovaca.

Eran frecuentes las fricciones entre los sudetes, antiguos súbditos de la monarquía de los Habsburgos, y las nuevas autoridades de Praga, y la victoria Hitleriana en Alemania provocó la aparición de una formación nazi dirigida por Konrad Heinlein y financiada por el propio Führer. Éste llamo a Heinlein (18 de marzo de 1928) para decirle que debía considerarse su representante en el país de los sudetes y acostar al gobierno checoslovaco.

La primera crisis estalló en mayo de 1938, al fomentar la milicia política de Heinlein -una imitación de las SA y las SS hitlerianas- disturbios en los sudetes. Los checos movilizaron sus tropas y los ingleses protestaron ante Berlín. Francia decidió ayudar a Checoslovaquia y Rusia ofreció apoyo aéreo y militar si se le facilitaba el paso al ejército rojo, e incluso, y en forma incondicional, Moscú ofreció 300 aviones, oferta que Praga rechazó.

Fracia, a partir de 1930, emprendió la construcción de una línea fortificada en su frontera (la Línea Maginot, nombre del entonces ministro de Defensa galo) para una eventual guerra defensiva contra Alemania. El entonces coronel Charles de Gaulle propugnaba, en vano, una defensa activa con cuerpos blindados y motorizados. Polonia y Rumania, que habían obtenido extensos territorios en 1919, temían por este motivo a los soviéticos, ya que en ciertas partes de esos países había minorías rusófonas.


Checoslovaquia, cae víctima del "apaciguamiento"

Los británicos, en quienes los políticos franceses descansaban, también dudaban de la gravedad de la situación en el este europeo. Chamberlain hablaba de Checoslovaquia como de "un país lejano del que no sabemos nada". El crecimiento de los "micronacionalismos" en los estados con minorías étnicas fue entonces el caldo de cultivo de una conspiración de apetitos imperialistas que invocaban hipócritamente el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos.

En el camino de las contemporizaciones, Londres y París acabaron sugiriendo al presidente Benes que formulara concesiones. En septiembre, Heinlein exigía ya de forma clara la anexión de los sudetes al Reich, mientras que Hitler proclamaba que aquella zona era "su última reivindicación territorial en Europa".

Los checos se negaron a ello de manera rotunda; el territorio de los sudetes les proporcionaba una frontera de fácil defensa, en la que además, habían instalado sólidas fortificaciones; su pérdida dejaría a Checoslovaquia en una insostenible disposición estratégica ante una agresión de la Alemania hitleriana. Pero las potencias occidentales insistían torpemente con análoga energía para convencer a Praga de ceder. A los 70 años de edad y tomando un avión por primera vez en su vida, Chamberlain voló tres veces consecutivas (el 15, el 22 y el 29 de septiembre de 1938) para entrevistarse con Hitler en Berchtesgaden, en Bad Godesberg y, finalmente, en Münich, tratando de hallar una solución de compromiso para el caso checoslovaco. En cada una de estas ocasiones, la cohesión y decisión de los occidentales perdían terreno; por consiguiente, el Führer aumentaba sus exigencias.   


El Pacto de Münich y sus consecuencias

Después de aquella "guerra de nervios" que se prolongó durante semanas, la claudicación llegó al cabo de la firma de los célebres acuerdos de Münich, el 29 de septiembre de 1938. La iniciativa provino de Benito Mussolini, siempre atraído por estas ocasiones de mediación gananciosa. Hitler y Mussilini recibieron la ciudad bávara al premier británico Chamberlain y al presidente del gabinete francés, Edouard Dadalier. Los checoslovacos no estaban representados en la conferencia, como tampoco los soviéticos. pero Checoslovaquía debía ceder cuatro zonas de su territorio, en las que las personas de lengua alemana eran numéricamente mayoritarias y que cuyas fronteras definitivas serían fijadas por una comisión internacional. En noviembre, la citada comisión ofrecía a Hitler, en la práctica, todo cuanto había venido exigiendo; una minoría checa de 70.000 personas era integrada al Reich, mientras que unos 500.00 sudetes quedaban todavía, en forma provisoria, dentro de las fronteras de Checoslovaquia, donde se necesitaría una posterior negociación.        


Representantes de Italia, Alemania e Inglaterra: Benito Mussolini, Adolf Hitler (junto a su intérprete oficial Paul-Otto Schmidt) y Arthur Neville Chamberlain.

Esta nación se convertía en un país amputado, paralizado e indefenso. El más fiel aliado de Francia en el este, una nación que poseía un ejército moderno de 21 divisiones, con poderosos sistemas defensivos y considerable industria bélica, quedaba "fuera de juego", antes de que se disparara un sólo cañonazo. El diktat de Münich tenía todo el aspecto de un pacto antisoviético, por lo que convenció a Iósif Stalin de que las democracias occidentales no podían ni deseaban detener a Hitler; es más, le dejaban las manos libres para proseguir su expansión hacia es Este, como única forma de detener la expansión del comunismo internacional. Nadie se recataba en proclamarlo, y el propio Hitler lo repetía hasta el cansancio en sus discursos. 

Al día siguiente del Pacto de Münich, Chamberlain se reunió otra vez con Hitler. Después de una charla inútil acerca del desarme, trataron de la guerra civil española, que tan oportunamente servía a Hitler para distraer a Francia e Inglaterra; una guerra que provocaba recelos entre Italia y las potencias occidentales y promovía la comunidad de armas ítalo-alemana. En aquel septiembre de 1938 se encontraba en un  momento decisivo la batalla del Ebro, que, mes y medio más tarde, quebraría la resistencia republicana.

Con todo, el objetivo principal de la visita de Chamberlain era el de redactar una declaración conjunta que demostrase su "deseo de mejorar las relaciones anglo-germanas y conseguir así una mayor estabilidad europea". El Führer accedió gustoso a firmar la propuesta.

Esta iniciativa unilateral de Chamberlain sorprendió a los franceses e incluso los mortificó, ya que ambas potencias tenían una idea distinta de qué hacer con los fascismos. Consecuencia del Pacto de Münich fue el Pacto Franco-germánico. Las negociaciones duraron todo el mes de noviembre: el 6 de diciembre de 1938 el ministro Joachim von Ribbentrop firmaba en París una declaración en la que hablaba de la "consolidación de la situación europea y del mantenimiento de la paz general", documento que no comprometía a Hitler en modo alguno.

Pero no terminaron aquí las repercusiones del mal paso de Münich. Los países de Europa oriental se sintieron desconcertados al producirse el pacto de no agresión germano-soviético de 1939. La Unión Soviética pactó también con Alemania, tal como diez meses antes lo hicieron Gran Bretaña y Francia. Por otra parte, Chamberlain quiso negociar también otro acuerdo con Italia y acudió a Roma el 7 de enero de 1939, acompañado de Halifax. Se hallaba en su agonía la guerra civil española y las potencias occidentales deseaban su liquidación a cualquier precio. En noviembre de 1938 ya habían sido retiradas del bando republicana las brigadas internacionales, mientras que 34.000 italianos y alemanes siguieron en España hasta mayo de 1939.

De uno o de otro modo, Chamberlain y Dadalier tuvieron sendos triunfales recibimientos cuando regresaron a Londres y París respectivamente. Lo cierto fue que las potencias occidentales sufrieron la más espantosa de las derrotas imaginables ante los fascismos, un aliado que pronto les mostraría su verdadero rostro. Stalin, que sabía que la guerra era inevitable, sólo trató de ganar tiempo y, de paso, de liquidar la soberanía polaca, dejando a todos los movimientos comunistas fuera de la Unión Soviética al borde de un cisma, que la invasión alemana de 1941 lograría, temporalmente, resolver. La senda que conduciría a la Segunda Guerra Mundial ya se había convertido en un camino sin retorno.





© carlitosber.blogspot.com.ar, Octubre 19 MMXIV
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