martes, 2 de septiembre de 2014

Megaminería (5ta parte)


La Megaminería en Sudamérica.
Quinta Parte: Conclusiones


“El futuro no sólo no puede ser una prolongación del pasado, sino que hay síntomas externos e internos de que hemos alcanzado un punto de crisis histórica. Las fuerzas generadas por la economía técnico-científica son bastante poderosas como para destruir el medioambiente, esto es, el fundamento material de la vida humana (…) No sabemos dónde vamos, sino tan sólo la historia que nos ha llevado hasta este punto y por qué. Sin embargo una cosa está clara: si la humanidad ha de tener un futuro no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases, fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad”
Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX


Lo que pone en juego el debate sobre la Megaminería



Las transformaciones producidas en los 30 últimos años del siglo XX, y en especial en la década del 90, imprimieron en los países de Sudamérica características tan perdurables que muchas de ellas pueden encontrarse hoy en día. Por lo que en primer lugar, a través de los expuesto en este trabajo, se puede afirmar que el extractivismo en América del Sur es una forma de intervencionismo económico, político y cultural que no sólo perpetúa el desarrollo atrasado, deformado y dependiente de la región, sino que responde a la división internacional del trabajo, en la que el alto consumismo de recursos naturales no renovables por parte de las naciones más desarrolladas, impone sobre la periferia una política de intervención y despojo. 


En segundo lugar, la asimetría Norte-Sur impone no solamente un desarrollo desigual combinado propio de toda relación colonial o semicolonial, sino que en el contexto de crisis ambiental global (crisis energética + crisis alimentaria + crisis climática) que introdujo el concepto de “sustentabilidad” y de “responsabilidad social empresarial”; se traduce en llevar a la periferia las partes de los procesos productivos que causan el mayor impacto ecológico, haciéndoles pagar a los países menos desarrollados los costos sociales, sanitarios y ambientales.



En tercer lugar, el modelo de la globalización confiere un rol central al capital monopólico representado en las grandes firmas trasnacionales que a modo de ente supranacional imponen esta nueva cartografía de los recursos naturales no renovables, que transforma a los países periféricos en “áreas vacías” pasibles de ser explotables, siempre y cuando los gobiernos locales regulen en su favor contextos de promoción y protección de sus inversiones.



En relación con esto, en cuarto lugar, los gobiernos sudamericanos se apoderaron del slogan de las trasnacionales sobre “el destino minero” de la región y lo acomodaron al discurso propio: desde atender a las recetas de los organismos multilaterales de crédito por parte de gobiernos neoliberales como el de Chile o Perú, hasta convertirse en la única fuente de desarrollo alternativa para las regiones que están fuera de la frontera productiva de los agronegocios para los gobiernos de retórica supuestamente nacional y popular, como el de la Argentina.



Por un lado los gobiernos de la región parecen, de alguna manera, “comprar” este nuevo consenso internacional que en nombre de las ventajas comparativas no es más que la subordinación al orden geopolítico mundial, que desde la colonización europea le tuvo reservado a los países sudamericanos el rol de exportador de materias primas y recursos naturales no renovables, por el otro lado -sobre todo para el caso de la Megaminería- han construido un esquema legal, fiscal y de infraestructura no sólo a medida de las transnacionales extractoras, sino generador de ámbitos privilegiados de acumulación.



En tal sentido, los gobiernos y las elites de esos países -propias de países con desarrollos dependientes, atrasados y deformados- han demostrado su doble tendencia a la privilegiar las rentas extraordinarias sostenidas por el Estado nacional, y a adaptarse a las oportunidades generadas externamente, lo que constituye más una continuidad con el desarrollo tradicional del capitalismo en la región. 



Por último, las luchas de los campesinos y de los indígenas, en un contexto desigual donde tanto los medios privados -en los que las multinacionales mineras invierten cuantiosas sumas en publicidades-, como los propios gobiernos (¿) nacionales (?) invisibilizan, y cuando eso no alcanza son reprimidos por los ejércitos privados de las compañías con el apoyo y la complicidad de los aparatos de coerción estatales; demuestran que “el destino minero” de la región es una construcción simbólica, que hay otras posibilidades de desarrollo que no sólo atiendan a la lógica de la rentabilidad económica de los países desarrollados sino que se acomoden a las identidades culturales, a las producciones tradicionales y respeten el arraigo de quienes viven en las zonas, que desde el escritorio de una trasnacional se consideraron sacrificables.



Carlos Berdún, julio de 2012
(corregido y reeditado, agosto-septiembre 2014)


© carlitosber.blogspot.com.ar, Septiembre 2 MMXIV
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